Ingrata y la Bella Durmiente

02/03/2017 - 12:00 am
La bella durmiente, del pintor Sergio Trujillo Magnenat.

La princesa durmió cien años porque la primera vez que vio una aguja, se acercó para tocar ese objeto desconocido y se pinchó el dedo cumpliendo así el vaticinio de las hadas. Parramplín parramplán.

Y yo me pregunto: ¿durmió por el presagio de las hadas o por la torpeza de sus padres que hicieron exactamente lo que provocaría que su hija se pinchara el dedo? El rey y la reina, progenitores preocupados pero no muy sagaces, decretaron que había que esconder todas las agujas del reino, pretender que no existían, pues.

¿Qué iba a hacer la princesa la primera vez que viera una sino tocarla movida por la curiosidad y la ignorancia?

Ocultar la realidad por fea que sea, por injusta, por miserable y peligrosa, no ha demostrado ser una buena estrategia para la evolución de los seres humanos. Al contrario, sólo nos vulnera. Pero ocurre que aún en nuestro propio perjuicio, tenemos una enorme resistencia a llamar a las cosas por su nombre y a reconocer la realidad sin filtros.

Hará cosa de un mes, Leila Guerriero escribió en El País sobre la eliminación en los programas escolares de un condado de Virginia de las novelas Matar a un ruiseñor de Harper Lee y Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain porque un alumno encontró que el lenguaje de esas tremendas piezas literarias es ofensivo por estar lleno de insultos raciales.

Qué desatino, qué despropósito, qué disparate.

Tamaña contradicción sólo puede venir de quien prioriza la imposición de una ideología sobre el uso del razonamiento, cosa que, mucho me temo, es el mal de nuestros tiempos.

Pero si son precisamente esos textos los que podrían ayudar a que entendamos el daño que pueden provocar los prejuicios raciales.

Hace rato que alego que educar sobre la base de ideologías y no sobre el uso de la inteligencia, genera fanatismos. Hay ideas rígidas que incluso siendo bienintencionadas no hacen sino achatar nuestras posibilidades de entrenar el pensamiento complejo y acaban con la belleza de pensar, con la capacidad de dudar y nos encajonan en el callejón de las respuestas a priori. Qué tristeza.

Lo dije cuando nos escandalizamos por la palabra “puto” que se grita en los estadios de fútbol y las conciencias civilizatorias y progresistas alegaron en favor de su prohibición: sucede que delante de la realidad, la ignorancia y la intelectualidad son primas hermanas.

Entonces, ahora bromeo pero tiemblo al atisbar la posibilidad de que realmente suceda en un futuro no muy lejano, la cacería de brujas no tardará en sacar de circulación Otelo de Shakespeare porque el moro —oscurísimo de piel, casi negro— es presentado como un enfermo celoso y esa imagen negativa de los de su raza es discriminación. Ocurriría algo similar con Hamlet donde Gertrudis aparece como la viuda infiel que eligió dormir en el “hediondo sudor de un lecho infecto de otro marido”, ni qué decir de Lolita de Nabokov y Madame Bovary de Gustave Flaubert, todas atentan contra la sororidad y la equidad de género: habría que quemar hasta el último ejemplar de esos títulos. Y ya que estamos, El Quijote no se salvaría porque Cervantes profiere demasiados insultos contra el gordo de Sancho. ¡Discriminación, discriminación, discriminación!

La semana pasada los miembros de la banda Café Tacuba anunciaron que dejarían de cantar Ingrata porque es una canción cuya letra habla de maltrato y violencia contra la mujer. Encuentro muy respetable su decisión, plausible que a lo largo de los años un artista quiera revisar su obra y modificarla, reconocer que sus motivaciones cambiaron. Pero permítanme dudar de la consecuencia “positiva” que tantos aseguraron vendrá con la decisión de Café Tacuba.

La sabiduría para discernir lo que consideramos dañino o no, viene de la experiencia, de la intuición, de la observación de la diversidad y hasta del sentido del humor; no veo cómo puede venir de la aniquilación de una pieza controversial, ni de los encuadres morales metidos con calzador en cualquier evento, ni del decálogo de principios de creencia alguna. Me atreví a manifestar mis dudas en Twitter y algunas usuarias me trataron de tontita y reaccionaria por no entender el beneficio de la decisión de los Tacubos.

Pero yo insisto. Convertir en dogma las causas, sean las que sean, no apunta hacia la evolución ni hacia sociedades más justas. Ahí está el inmejorable ejemplo de la iglesia cristiana que pregona amor y bondad, que quiere la salvación del mundo, ¿por qué entonces sale tan mal parada cuando revisamos sus imposiciones fanáticas y prohibitivas? ¿Cómo explican los genocidios y abusos que han cometido guiados por preceptos divinos?

Me parece que nos estamos equivocando, que es exactamente al revés. Como guardianes de la civilización lo que toca es reconocer lo que somos, relatarlo, pensarlo, cuidar que queden testigos, asegurarnos de que se cuente la historia. Que nadie olvide lo que hemos hecho ni en nombre de la evolución.

Qué pena pensar que podríamos estar formando futuras generaciones de jóvenes bellos y durmientes pero eso sí, muy progres.

Una última cuestión y ya me callo: ¿no habría que dejar de reproducir el Negrito Sandía de Cri-Cri por señalar al niño de piel oscura como un chamaco grosero y maldiciente?

@AlmaDeliaMC

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